sábado, 8 de enero de 2011

Juzgar el juicio y perdonar el perdón

Un fantasma recorre la Argentina: el fantasma del alfonsinismo idiota.

Alfonsín era un hombre consecuente. Efectivamente, ya en su campaña proponía distinguir a los militares por su grado de participación en la represión de acuerdo a tres niveles: quienes habían dado órdenes, quienes habían ejecutado y quienes se habían excedido. De estos tres niveles, el nivel medio debía quedar exento de castigo. Frente a gobernantes como Menem, que abandonaron su programa en cuestión de meses, Alfonsín es efectivamente un héroe de la honestidad: nunca nos ocultó su voluntad de perdón.

Alfonsín era un hombre respetuoso de las instituciones. Efectivamente, mostró grandes señales de respeto a la institución militar. Los militares de alto rango fueron juzgados porque, al no iniciarse un proceso en la justicia militar al cabo de un determinado plazo, las causas pasaban a la justicia civil. Qué grande este Alfonso! O no? Error: la cláusula del plazo y la intervención de la justicia civil fue una introducción en el congreso del MPN de Jorge Sapag (sí, Sapag!). Alfonsín proponía dejar el juzgamiento de los militares a la justicia militar, pero tuvo que negociar esta cláusula con el MPN para que le pasaran la ley en el Congreso, porque el PJ no se la pasaba.

Pero dejemos de lado esos detalles. Se nos dice que Alfonsín debe ser recordado por haber sido en su gobierno que se juzgó a los militares, como en ningún otro lugar de América latina, más allá de que luego se sancionaran las leyes del perdón y se dieran varios pasos atrás en el avance realizado. Puede ser, puede que no.

En mi opinión, mientras que la política de DD.HH. de Alfonsín reportó más daños que beneficios, la política de DD.HH. de Carlos Menem reportó más beneficios que daños. Es una opinión fundada en un balance que obvia cualquier tipo de simpatías, evitando la demonización de Menem y la hagiografización de Alfonsín. Efectivamente, sólo se trata de contar para un lado y para el otro. La hipótesis? La tibieza del gobierno de Alfonsín engendró los conservadores indultos del menemismo.

Si en vez de pactar Alfonsín hubiera desarticulado el poder militar recurriendo al apoyo popular y a la movilización, ambos muy intensos durante la década del 80, el menemismo, carente de movilización a principios de los noventa en una sociedad atomizada por la hiperinflación, no se hubiera visto en la necesidad de indultar para ceder algo al poder militar en su estrategia de estabilización política. Mientras que la tibieza del Alfonsín no le permitió ni desarticular el poder militar para fundar un régimen democrático estable ni tampoco impulsar una verdadera política de castigo a los culpables, en cambio la política indultista de Menem aunque sea le permitió contar con el apoyo de las segundas líneas militares para reprimir los levantamientos, elemento clave en su estrategia de estabilización democrática.

Hipótesis arriesgada, pero creo que cierta. La tibieza socialdemócrata puede ser peor que el conservadurismo liso y llano. Buen programa político el del radicalismo: gobernar con honestidad y con incapacidad absoluta de fundar ley y orden, porque para eso tenemos al peronismo.


domingo, 26 de diciembre de 2010

Castigo y perdón, recargado, o: Sensatez y sentimientos

Una de las consignas del campo de los derechos humanos en la Argentina es: “Juicio y castigo”. Se trata de una sentencia esencialmente miserable. Primero, porque asocia ilegítimamente dos términos que no tienen nada que ver. El sistema judicial establece culpabilidades y responsabilidades, no administra venganzas. Y la cárcel, dice nuestra constitución, no es para castigo de los reos, sino para seguridad, en dos sentidos: de la sociedad si el sujeto condenado es peligroso, y de él mismo, si en libertad está expuesto a linchamientos, crímenes de odio, etcétera. Solo en este último sentido es admisible que Videla esté preso (y tantos otros). Es evidente que él no representa un peligro para nadie. Se lo manda a la cárcel por otra clase de sentimientos. “Juicio y castigo” termina siendo una frase fatalmente verdadera. Sorprende la franqueza anticonstitucional de los organismos y los militantes de derechos humanos.

Por otro lado, aun cuando no existieran estos sentimientos de venganza y de castigo y efectivamente se mandara a Videla a prisión para su propia protección, flaco favor se le estaría haciendo: podemos imaginar el trato que se le dispensaría al dictador terrorista en una cárcel común. La mejor opción parece ser la del arresto domiciliario. Pero no: suele pedirse que alguien “se pudra en la cárcel” y cosas por el estilo, y la indignación ante la variable hogareña de la cárcel es moneda corriente. La diferencia entre exigir la reclusión perpetua y la pena de muerte es de grado, no de naturaleza. Quienes piensan que el Estado no tiene derecho a matar a nadie, forzosamente deben creer que tampoco tiene derecho a enajenar a nadie de su libertad.

Visto desde esta perspectiva, no hay razones para encerrar a Videla. Ni siquiera para ponerlo bajo arresto domiciliario, si de veras se cree en el precepto constitucional acerca de la finalidad del encarcelamiento. La idea misma de arresto domiciliario nace de ese precepto: un viejo o un enfermo no pueden ser, en general, peligrosos para nadie, y por eso no es necesario que estén en un cárcel común. Pero es una aplicación tibia del principio, y pervive en él la ley del talión. ¿Acaso será anticonstitucional que Videla esté preso? Se preguntará, entonces, qué se hace con él y con tantos otros terroristas, torturadores, etcétera. Solamente lo necesario para asegurar que no los maten a golpes por la calle.

Otro es el problema a la hora de lidiar con los criminales peligrosos. ¿Se justifica quitarle la libertad a alguien en beneficio del cuerpo social? Creo que no, pero ¿qué alternativas podemos pensar a la cárcel? La primera opción podría ser siempre la libertad condicional: el criminal debe ser seguido de cerca por un asistente social o algún funcionario de ese tipo. La reincidencia es obviamente más problemática. Idealmente: arresto domiciliario para quien persista en conductas criminales. Pero eso parece impracticable y, además, si, como es probable, el criminal vive en condiciones deplorables, un arresto domiciliario supone la legalización de tales condiciones. De manera que habría que asegurarle una vivienda digna al criminal antes de alojarlo definitivamente en ella y bajo estricta vigilancia. Pero no es difícil advertir lo injusto de que se les dé a delincuentes las soluciones habitacionales que no se les dan a otros miles de personas (inocentes, además, agregará alguno, en un gesto emparentado con esa oposición a la pena de muerte solo en términos de que es tan irreversible como falible es la jusiticia a la hora de declarar culpabilidades).

Queda para los creyentes la esperanza de que Videla sea efectivamente castigado en otros mundos (o perdonado: podemos asegurar que “Ni olvido ni perdón” también asocia dos ideas que no comparten nada en absoluto), y para los ateos la de que alguien burle el control oficial y logre poner una bomba en su departamento o al menos le rompa las piernas con un bate de béisbol.

Castigo y perdón

Se alegra la gente por la condena a Videla. Crueldad legitimada. No hace falta ser el papa, un gran rabino o un ayatollah para advertir que el sufrimiento con la desgracia ajena involucra una cierta cantidad de sadismo. El sistema jurídico-penal no está para administrar venganzas: está para pronunciarse acerca de responsabilidades. Ahora se comprueba la que tuvo Videla en el asesinato, la tortura y el secuestro de miles de personas: ¿es dicha condena un motivo de alegría? La ocasión encierra una paradoja: si se festeja la sentencia, se cree en el sistema judicial y se acepta que ella determina una culpabilidad, es decir, una comprobación: ¿se alegra entonces alguien de que se haya constatado el crimen más ignominioso de la historia del país? ¿Cómo un hecho motivado por la maldad más pura puede motivar algún festejo? Es como si el sistema judicial tuviera un solo objetivo: por la vía de la clarificación de un crimen, tornarlo de una tragedia a un triunfo. Si no hubiera habido golpe de Estado, no habría habido administración de justicia respecto de los responsables de los crimenes que se hubieran cometido en ese período y no habría habido hoy ninguna fiesta. Las celebraciones acerca del juicio son una especie de irresponsabilidad metafísica.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Y a veces lloro sin querer

¿Qué me hablan de la resurrección de la política y el regreso de los jóvenes a la cosa pública? Yo conocí una jovencita k de 18 años que mientras tomaba cocaína me explicaba que ella se había dado cuenta de que, en Argentina, para ser marxista, hay que ser peronista. Cuando la agregué al facebook vi que tenía un album de fotos agitando una bandera en un acto, con el Congreso de fondo. El album se llamaba "La gloriosa JP". Era del día de la sanción de la ley del matrimonio igualitario. Ok, me doy por vencido. La política volvió. Pero no me lo cuenten como si fuera algo bueno.
El otro día estaba en el auto escuchando el programa de la radio Metro de Sebastián Wainraich, que hasta hace poco era conductor de uno de los shows de propaganda de Gvirtz (TVR, ese en el que piensan que JP Feinmann es un tipo serio y hasta... ¡divertido!), y la invitada era la panelista de "Duro de Domar" (el duro que sí se dejó domar es Tognetti, en este caso) que hace de joven kirchenrista: Julia Mengolini. Está bien que le hayan dado ese papel en el casting; el physique du rôle le da perfecto: no es exageradamente linda ni exageradamente cheta, y pone un tonito cuando habla que parece que está diciendo verdades. Queda, queda, habrán dicho los productores. En la entrevista ella le decía a Wainraich: "Mi lado frívolo es que me gusta la pilcha, pero los peronistas no nos hacemos problema por eso, nos gusta vivir bien: al peronista le gusta tener su asadito los domingos, darse sus gustos...". Y remataba: "No somos culposos como los zurdos". Ok, se la agarró con los del PO. Con razón después los militantes de la facultad de Sociales se te tiran encima a matar cuando sugerís que tal vez Cristina no sea igual a Macri (igual incluso físicamente, digo, algo de lo que ellos están convencidos sinceramente). Pero lo mejor es que Julia hizo una conjunción ("¡una síntesis, una síntesis!", grita JP Feinmann y agita su manual de Hegel) entre el obrero feliz de fines de los cuarenta del peronismo y el fuego de las juventudes maravillosas de los setenta, porque ante un Wainraich que comentó que tenía en su infancia un póster de Alfonsín, ella lo apuró: "Pero si tenés un póster de Alfonsín hoy... ¡¡tenés un freezer en el pecho!!". Ok, guarda, Julia: no estás tan buena como para decir tantas boludeces juntas.
Debe haber pocas personas que tengan menos simpatía por Alfonsín que yo, salvo algún ex carapintada y alguien que perdió todo con la híper, pero ubicate, nena. También hubo un tiempo en que fue hermoso Alfonsín, como cantaba Charly en la primavera democrática, y la Franja Morada era progre, chicos con onda que le cantaban al regreso de la política y hablaban pestes de la corrupción. Alfonsín enjuició a los militares cuando todavía en vez de mearse encima ellos, se meaban encima los que los veían por la tele y en el juicio. (¿Te acordás? Lo debés haber visto en un documental de canal Encuentro). Y ahora ustedes repiten eso que dice Barone de que hablar de la corrupción es hacerle el juego a la derecha. Por lo menos el boludo de Lanata siempre hizo la medición semanal de los metros cuadrados que poseían los funcionarios en sus programas de televisión. Guarda, muchachada K, que ya lo dijo El General: del rídiculo no se vuelve.
Pero yo también vi la primavera de la democracia, la de los mozos ochentas, aunque haya nacido después de que Diego nos devolviera la dignidad nacional con los goles a los ingleses. Para verla me tomé la máquina del tiempo K, otro invento de este ánimo cultural juvenil: en Niceto, el boliche, reviven las fiestas de "Nave Jungla". Esas en las que alguna vez tocó Sumo, donde se hacían performances de inspiración "batatobereísta", y todo eso. ¿Nunca fueron a esas fiestas? Bueno: si lo que andan buscando ver es una mezcla entre pibes de veinte y tipos de cuarenta, bienvenidos al boliche por enanos con bandejas y mujeres obesas, para después observar en el escenario mujeres semidesnudas a las que les hacen bodypainting en vivo, con una performance de un linyera desnudo bailando, no dejen de ir.
Yo ahí pensé (después de que deseara la llegada de una inspección de sanidad moral): ¿eso fue antes de hoy la resurrección de la política? ¿El clima cultural de fiesta que recordamos ahora con nostalgia? Perdón, pero me quedo toda la vida con la poesía de los noventas.
Así que estaría bueno que los kirchneristas dejen de hablar tanto de la política y la cultura, y la cultura de la política, como si ellos, más que resucitarlas, las hubiesen inventado. Ojo que tal vez las movidas culturales más piolas se estén gestando en los talleres que organizan el PO y Correpi, o en los clubes de rugby, y no en La Trastienda, el ND Ateneo o las facultades humanísticas.
Y hablando de las facultades, habrán visto (o no, seguro que no: si hay algo que no le importa a nadie es la política universitaria) que los jóvenes K, "La Cámpora", "La Simón Bolívar" (falta "La Vandor" o "La Lorenzo Miguel", para terminar de tomar posición frente al asesinato de Ferreyra) avanzaron en casi todas las dependientes de la UBA. Ahí a los troskos los acusan de "gorilas". ¿Qué me cuentan? ¿Será cierto eso que me decía la joven merKera, mi querida adolescente dura de domar?

domingo, 28 de noviembre de 2010

Esto no es una actualización

Noticias, de Perfil, y La Nación Revista, de -claro- La Nación, le dedican algunas páginas cada una a entrevistar al personaje femenino de los últimos días: Graciela Camaño. "Desde el centro de la escena política, donde la puso el escándalo por el Presupuesto, Graciela Camaño observa el mapa peronista, llama a repensar un modelo sindical y habla de la ecuación amor y poder", dice La Nación Revista.
Sé que es un contrafáctico sin validez alguna, pero ahí va: ¿veríamos estas entrevistas si, digamos, Diana Conti le hubiese puesto un cachetazo a, digamos, Federico Pinedo? ¿No será mucho ya?

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Post post Paul, oh God!

Los cuatro miembros del blog fuimos a ver a McCartney hoy. Creo que hablo en nombre de todos si digo que fue un recital inmejorable, soñado. Los temas no los detallamos para no quemar a nadie que vaya el jueves. El sonido, alucinante: cada pulsación de cada cuerda era una onda que sacudía a todos y cada uno de los espectadores. Paul, quizás el mejor cancionista de la historia, es además un extraordinario showman.

Yo ya sabía, por mi parte, que sería este el concierto más importante de mi vida, pasada y futura. También sabía que, pasara lo que pasase, iba a pensar que fue el mejor. Lo cierto es que no me hace falta engañarme ni exagerar ningún atributo: fueron efectivamente las tres horas de música más extraordinarias que haya vivido.

Downside: de aquí en más, toda experiencia musical no podrá palidecer al menos un poco frente a la comparación, salvo que podamos volverlo a ver, quién sabe, en un futuro no tan lejano, en alguna tierra mientras más lejana mejor. Es decir, a partir de ahora, es cuesta abajo. La comparación es dura porque tiene dos caras: se piensa en la idea misma de verlo a McCartney y se recuerda la experiencia de un recital ejecutado a la perfección.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Taguieff sobre el antisionismo












A continuación, una entrevista al filósofo francés Pierre-André Taguieff (1946, París). Taguieff es investigador del Centre national de la recherche scientifique (cnrs) y miembro del think tank “Cercle de l’oratoire”, reducto liberal en la Francia antiamericanista de la época.

El conflicto israelí golpeó de cerca a la Argentina en oportunidad de los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA. Más allá de eso, pensar hoy acerca de Oriente Medio expone una de las grandes contradicciones del común de la izquierda, el neoperonismo progresista y el psicobolchevismo locales. Suele criticarse despiadadamente a Israel (entre algunos otros países, muy circunstancialmente). Esa crítica viene peligrosamente acompañada, en general, de apoyo explícito al régimen cubano y también, en general, al gobierno de Hugo Chávez. Con frecuencia, y esto es más alarmante por el vínculo directo con el caso israelí, se extiende la solidaridad con estados como el iraní, que hace no mucho ahorcó a dos jóvenes homosexuales y hasta hace poco planeaba lapidar a una mujer acusada de adulterio.

Luis D’Elía, paradigmáticamente, participó en conferencias negacionistas del Holocausto en ese país y volvió maravillado con la experiencia. Estela de Carlotto, en un gesto de infinito cinismo, salió a decir que la cubana Hilda Molina, víctima directa del régimen cubano, debería callarse la boca y "no hablar de temas políticos".

El enemigo común se enuncia a menudo como "el liberalismo", o "los liberales".

También se señala que Israel es un estado religioso y se hacen comparaciones con el Vaticano, pero se olvida mencionar que todos los estados árabes son musulmanes (y que, además, numerosos estados mundiales, como el argentino, son católicos o protestantes).

A la vez, la mayoría de estos militantes y simpatizantes expresan un gran compromiso con la lucha por los derechos humanos en la Argentina. Sobre todo, se protesta por los crímenes cometidos durante la dictadura y se lucha por su esclarecimiento y el juicio y el castigo a los culpables. El reclamo, justo, tiene sin embargo mucho de inactual: en el plano nacional, ¿cuántas de estas agrupaciones o meros entusiastas por la causa militan o al menos expresan alguna preocupación por el terrorismo de Estado solapado que existe en las penitenciarías y las comisarías argentinas (excepción: Correpi)?

En el plano internacional, parecen no moverles un pelo las violaciones de los derechos humanos que se cometen, por ejemplo, en Cuba e Irán (y otras tierras de integrismo islamista) a cada minuto, ni mencionan, por ejemplo, el genocidio que tiene lugar en Sudán, en general a manos de árabes contra africanos animistas o cristianos. ¿Es que acaso los derechos humanos no son tales, sino que son derechos argentinos, cubanos, iraníes, aplicables según el caso? Solo desde la comodidad de una (muy primitiva) democracia liberal como la Argentina es que se acomete el ataque antiliberal.

En pocas palabras: ¿cómo pueden tantos militantes ser antiliberales orgullosos y antividelistas orgullosos a la vez? El liberalismo político es la única doctrina que se preocupa por limitar los avances del Estado sobre los ciudadanos. Los derechos humanos son un invento del liberalismo y de la democracia, no de sus enemigos. La Argentina actual se parece, por fortuna, y después de terribles padecimientos, mucho más a Israel que a Irán, Cuba o Venezuela; de advertirlo, los antiliberales simularían poner el grito en el cielo, a la vez que, por lo bajo, agradecerían infinitamente por ello.


La razón de la batalla de Gaza

antisionismo radical y nueva judeofobia

Entrevista de Alexandra Rybinska a Pierre-André Taguieff para la edición del 10-11 de enero 2009 del diario polaco Rzeczpospolita (La República), de Varsovia (tiraje de 225.000 a 260.000 ejemplares)

Traducción del francés: Regina Martínez

Corrección: Gelly y Obes

La guerra entre Israel y Hamas sigue dando lugar a manifestaciones de simpatía hacia Palestina en todo el mundo. “Todos somos palestinos” parece ser el motto de muchos intelectuales de Occidente. ¿A qué se debe esta simpatía casi ciega?

Estas manifestaciones, a menudo violentas, son en primer lugar obra de barbudos y mujeres con velo —islamistas por consiguiente— acompañados por diversos elementos de la nueva extrema izquierda, antiimperialista y neotercermundista, cuyos dos enemigos absolutos son Estados Unidos e Israel. La tendencia dominante entre los intelectuales occidentales sigue siendo la preferencia por el extremismo: la radicalidad, ya sea comunista o islamista, continúa seduciéndolos.

¿Dónde están las voces de la razón? ¿Por qué el estado de Israel, a pesar de sus esfuerzos propagandísticos, no llega a conseguir un amplio soporte internacional, particularmente en los medios de comunicación extranjeros? Parece que incluso los intelectuales judíos, en el New York Times, prefieren no inclinarse demasiado a favor del Estado judío.

Israel ha gozado durante mucho tiempo de una corriente de simpatía. Pero ésta empezó a disiparse después de las masacres de Sabra y Chattila (verano de 1982), cometidas por las milicias cristianas libanesas, que percibían a los palestinos como invasores y saqueadores.
Sin embargo, merced a una propaganda bien orquestada, esas masacres fueron adjudicadas al general Sharon, criminalizado por todos los medios de comunicación. Hasta 2005, Israel apenas se preocupó por su imagen en el mundo, cuya degradación, sin embargo, fue puesta de manifiesto por todas las encuestas de opinión.

Después de Sharon, todas las tentativas israelíes para contrarrestar la propaganda propalestina han chocado contra un muro: el hábito ya había calado, los medios de comunicación se habían posicionado con el antisionismo, alimentado por la ideología victimista centrada en la figura del palestino inocente, el niño palestino, erigido en víctima por excelencia. Esta ideología ha sido hábilmente difundida a través de las redes palestinas en todo el mundo.

Muchos intelectuales judíos estadounidenses y europeos, afectados por la judeofobia reinante, intentan hacerse aceptar por un medio hostil tomando posiciones radicalmente antiisraelíes y antisionistas. De este modo se convierten en judíos no judíos, más tarde en alterjudíos, para acabar siendo judíos antijudíos. El caso patológico más evidente es el del intelectual norteamericano antisionista y pronegacionista [1] Noam Chomsky, aclamado por Osama Bin Laden y Hugo Chávez.

A veces parece incluso que Israel es el Estado más detestado en el mundo.

Israel es la encarnación de Occidente para los antioccidentales, del imperialismo para los antiimperialistas, del infiel para los islamistas, del racismo para los propalestinos. Sobre este país se acumulan los estereotipos negativos. Es percibido como el Estado que sobra, que debería desaparecer para que la humanidad quedara libre del Mal. Este trato, absolutamente demonizador, es exclusivo para Israel.

En Francia y en otros países se puede observar un odio particularmente virulento hacia el Estado de Israel entre los intelectuales de izquierda, desde la izquierda del caviar hasta los movimientos antiglobalización. ¿Es todavía efectiva la vieja propaganda antisionista de Rusia?

El origen del antisionismo radical, que se encarna en la forma contemporánea de judeofobia (o por emplear un término inadecuado, del “antisemitismo”), es, en efecto, el comunismo soviético, que desde 1948/1949 hasta principios de los años setenta difundió en todo el mundo la mayoría de los temas de acusación contra Israel, como “fascismo”, “imperialismo”, “racismo”, “colonialismo”, etcétera.

El antisionismo de origen estalinista se fusionó con el antisionismo árabe creado en los años cincuenta y sesenta por los refugiados nazis en El Cairo, principalmente por Johann von Leers, antiguo ayudante de Goebbels. Este antisionismo fue seguido por los medios occidentales tercermundistas en todas las variedades de la extrema izquierda, incluidos los trotskistas.
Y así seguimos: nada nuevo ha aparecido en el discurso antisionista radical.

Durante mucho tiempo la izquierda apoyó a Israel, debido en parte al Holocausto. Luego se produjo una posición esquizofrénica: la izquierda que condenaba los atentados terroristas perpetrados por los palestinos y, al mismo tiempo, apoyaba la causa palestina. Todo esto ha cambiado. ¿Puede afirmarse que la izquierda ha traicionado a los judíos?

La izquierda ya había abandonado a los judíos después de 1945, cuando sufrió la influencia del estalinismo. Después de la desaparición del imperio soviético, la izquierda ha incorporado nuevos pensadores, de los anarcotrostkistas al subcomandante Marcos, de Chomsky a José Bové. Los movimientos antiglobalización, llamados altermundialistas, han sustituido al “genial camarada Stalin” y al “gran líder Mao”. Diferentes combinaciones de posiciones anticapitalistas radicales, de antiamericanismo y antisionismo han aparecido entre los años 1990 y 2000. Una parte de la izquierda francesa, por ejemplo, la más comprometida con la antiglobalización, ha vuelto a sus posiciones anticapitalistas y antijudías anteriores al caso Dreyfus.

¿Cuál es el interés real que tiene actualmente la izquierda en apoyar la causa árabe?

En Europa, la izquierda y, sobre todo, la extrema izquierda, han emprendido una estrategia de conquista del electorado musulmán, una opción que conlleva mucha complacencia tanto con los islamistas radicales como con el terrorismo palestino, siempre con el pretexto de la “justa rebelión de los humillados”.

Tanto los dirigentes de la izquierda como los de la derecha creen poder de este modo evitar que Europa se convierta en blanco del terrorismo. Es una ilusión muy generalizada. Además, tanto la izquierda como la derecha están obsesionadas por la privación de petróleo. Este es el factor realista de su posición proárabe.

¿Por qué Occidente acusa a Israel de racismo y de imperialismo y no lo hace con China y Rusia, al menos en la misma medida?

Los países occidentales han decidido que pueden prescindir de Israel y saben que pueden condenarlo impunemente a cada paso: las capacidades de represalia del Estado judío son limitadas, mientras que necesitan comerciar con China y Rusia, grandes potencias con las que deben contar en el plano geopolítico en el espacio de las relaciones internacionales.

¿Puede decirse que estamos ante una nueva forma de antisemitismo mal disimulado bajo la máscara de una aversión hacia Israel? De ser así, ¿cuáles son las razones de este antisemitismo?

El término “antisemitismo” es incorrecto para designar el odio hacia los judíos ideológicamente organizado. Desde finales de los años ochenta he propuesto sustituir este término por el más apropiado de “judeofobia”. Como término genérico, yo califico de “judeofobia” el conjunto de formas históricas que ha tomado el odio hacia los judíos, y de manera más extensa, todas las pasiones, creencias y conductas antijudías cuyas manifestaciones fueron (y son) las violencias, físicas o simbólicas, padecidas por el pueblo judío.

Demasiado a menudo se olvida que la palabra “antisemita” es de cuño relativamente reciente, y que es debida a un autor antijudío y racista a la vez. Al forjar en 1879 el término “Antisemitismus”, el ideólogo racista de lengua alemana Wilhem Marr quiso distinguir con claridad su lucha contra los judíos del viejo antijudaísmo cristiano.

Ahora bien, este término está doblemente mal forjado. En primer lugar porque parece referirse tanto a los judíos como a los árabes, cuando en realidad sólo se aplica a los judíos en sus usos ideológico-políticos, y luego porque el uso racional y lógico del término “semita”, como denominación del enemigo colectivo que hay que combatir (“antisemita”), se refiere a las doctrinas raciales fundadas sobre la base de la oposición arios/semitas.

La judeofobia contemporánea no se vale de una doctrina racista, no apunta a “los semitas”, sino que apela al odio contra los judíos en nombre de “la lucha contra el racismo” y, por consiguiente, contra el sionismo asimilado a una forma de racismo. Conviene pues revisar los conceptos y redefinir los términos empleados.

Marek Halter me dijo que es menos vergonzoso detestar a los israelíes que odiar a los judíos, porque eso hace pensar menos en los campos de concentración. Pero se les odia de todos modos. Para él se trata del resultado de una ceguera ideológica de los biempensantes occidentales. ¿Está usted de acuerdo con esta afirmación?

Yo diría que no es en absoluto vergonzoso sino más bien glorioso odiar actualmente a los sionistas, un término polémico que abarca, de forma indiscriminada, a los israelíes, a los defensores de Israel (judíos o no) y a los propios judíos (salvo que éstos se afirmen a su vez como antisionistas).

El odio antisionista es un odio no sólo ideológicamente aceptable, sino altamente respetable y vivamente recomendado. Este es uno de los mecanismos que encontramos en lo “políticamente correcto” en todo el mundo.

Para muchos intelectuales apoyar a los palestinos contra Israel proviene de la obligación cristiana de tender la mano a los más débiles. En cualquier caso, eso es lo que dicen: “Los primeros serán los últimos” y viceversa. ¿Se trata de una creencia mendaz o de una actitud con un peso real en la tradición cristiana?

En un mundo moderno regido por la secularización no hay nada peor que la corrupción ideológica de elementos heredados del cristianismo. La propaganda palestina, por ejemplo, tiende a asimilar al pueblo palestino a la figura de Cristo poniendo por delante a los niños, “víctimas inocentes” por definición, que se erigen en “mártires”. Se trata de un cristianismo pervertido y politizado; una falsificación mediática del mandamiento de amor y caridad.

¿Acaso la mala conciencia de los antiguos colonizadores hacia los países árabes juega también un papel en este asunto?

Por supuesto. En un primer tiempo lo que primaba era el resentimiento de los excolonizadores, y de ahí las explosiones de xenofobia contra los inmigrantes en las naciones que fueron imperios. En segundo lugar vino la mala conciencia, de la mano del consenso supermoral que se constituyó en favor de la globalización de lo que yo llamaría la política (o mejor dicho, la impolítica) de los Derechos Humanos.

La ideología dominante en el plano mundial se basa en la culpabilidad del hombre blanco, de origen europeo y de cultura cristiana, acusado de todos los males de la modernidad (industrial, capitalista, imperialista, etcétera) de la que fue el inventor.

¿De qué forma converge este nuevo antisemitismo con el islamismo?

El llamamiento a la Jihad contra los judíos es la motivación central del islamismo radical. Es la demonización de los judíos lo que estructura la visión islamista del mundo. Basta con leer el opúsculo de Sayyid Qutb Nuestro combate contra los judíos, que apareció a principios de los años 1950, o la carta fundacional de Hamas (18 de agosto de 1988), y en particular su artículo 7.

Tomemos un ejemplo, el de la prédica pronunciada por el jeque Ibrahim Mudeiris el 13 de marzo de 2005 en la Gran Mezquita de Gaza (transmitida en directo por la televisión de la Autoridad Palestina), en la cual, después de recordar a sus fieles que “Israel es un cáncer” y que “los judíos son un virus” parecido al del sida, Mudeiris acababa lanzando esta profecía de exterminio inspirándose en el célebre hâdit de la roca y el árbol: “Vendrá el día en que todo será arrebatado a los judíos, incluso los árboles y las piedras que han sido sus víctimas. Cada árbol y cada piedra querrá que los musulmanes acaben con todos los judíos”.

¿Qué peligro conlleva esta convergencia?

El de movilizar al mundo musulmán contra Israel y justificar su exterminio, que es lo que constituye el programa común de la dictadura islamista iraní, de Hamas, de Hezbollá y de Al Qaeda.

Francia es uno de los países más críticos con Israel. ¿Por qué?

Hay que tener en cuenta tres factores. En primer lugar, una gran parte de las elites occidentales ha abrazado desde 1980 la visión de un nuevo futuro radiante: el de la sociedad postnacional o de la “democracia cosmopolita”, que conllevarían la desaparición progresiva de los Estados-nación, considerados como deplorables reliquias.

Así, Israel es un Estado-nación democrático, caracterizado por su democracia fuerte, que encarna la excepción molesta. Su misma existencia es percibida como un escándalo. De otra parte, Israel, gran potencia regional, está hermanada con Estados Unidos, la superpotencia mundial, y es objeto de una misma denuncia demonizadora en nombre del antiimperialismo. Y ya sabemos hasta qué punto el antiamericanismo está enraizado en Francia.

El populismo miserabilista dominante estimula el odio hacia el poder basándose en una amalgama polémica: poder = injusticia (¡como si los débiles fueran necesariamente justos!). Por último, las elites francesas han interiorizado la posición tomada por el general De Gaulle en noviembre de 1967, después de la Guerra de los Seis Días: un antiisraelismo virulento unido a un posicionamiento proárabe. Es la doctrina del Quai d’Orsay.

David Warszawski habla de que se ha observado en Francia la formación de una nueva coalición entre progresistas e islamistas. El conflicto israelopalestino ha pasado de ser percibido como la lucha entre dos puntos de vista, para los que hay que encontrar un compromiso, a ser considerado como la lucha entre el bien (la causa palestina) y el mal (la política imperialista de Israel). ¿Es así?

Esta visión maniquea va de par con la satanización de Israel. Desde finales de la década de 1990 se está formando un eje islamoizquiedista, que se evidencia de forma patente en las manifestaciones propalestinas y antisionistas que tienen lugar en Francia —pero también en Italia y en Gran Bretaña— desde el principio de la segunda Intifada (octubre de 2000).

¿De dónde procede la idea de que Israel es el mal personificado?

Procede de la larga historia de todas las formas que ha adoptado la judeofobia, pero, sobre todo, de las dos religiones hijas, que son el cristianismo y el Islam, enfrentadas a la religión madre del monoteísmo, que es el judaísmo. De ahí parte la herencia contemporánea de la construcción teologicorreligiosa que presenta al judío como “hijo de Satanás”, vástago o encarnación del diablo en la Historia.

La demonización y criminalización del pueblo judío han entrado en una nueva fase con el antisionismo radical. En este nuevo régimen de judeofobia, los judíos siguen siendo denunciados como “hijos del diablo”, aunque sus principales acusadores ya no se encuentran en el ámbito cristiano, sino que invocan al Islam, a la revolución mundial o a ambos a la vez.

La nueva sede de la judeofobia exterminadora es el Islam revolucionario o el islamismo radical, secundados por los neorrevolucionarios que, como enemigos declarados del Occidente judeocristiano o americanosionista, se han puesto de acuerdo con campo islamista o se han aliado al mismo.

El antisemitismo aumenta en Francia de forma general. Cada vez se producen más ataques contra los judíos de las grandes ciudades, perpetrados por jóvenes de los extrarradios. ¿Tiene esto que ver con la cuestión palestina o hay otras causas?

El posicionamiento propalestino es ciertamente el elemento que impulsa a pasar a los actos: los judeófobos violentos juegan a la intifada contra los judíos que encuentran en sus barrios. Pero hay que tener en cuenta también las motivaciones relacionadas con la falta de integración social y económica de los jóvenes procedentes de la inmigración magrebí o africana, que manifiestan su resentimiento o su envidia social atacando a los judíos o sus lugares simbólicos.

“Ellos lo tienen todo y nosotros nada”, “Ellos tienen el poder y el dinero”: en las entrevistas semidirectivas realizadas por sociólogos a jóvenes de los extrarradios surgen frases de este tipo una y otra vez para justificar el odio que sienten hacia los judíos, imaginados a la vez como ricos, poderosos, racistas y perversos (porque “matan a nuestros hermanos palestinos”).

¿En qué aspecto convergen los antisemitismos de izquierdas y de derechas?

La convergencia se da en un solo principio: inclinarse prudentemente ante la cantidad. Y la propaganda islamista explota el hecho de que en el mundo hay mil trescientos millones de musulmanes.

¿Cree que aunque Israel gane la guerra contra Hamás, saldrá perdedor porque será considerado como un Estado imperialista que ha aplastado a su pequeño vecino que luchaba por su independencia?

Esta es, efectivamente, la paradoja trágica que esta intervención militar, aunque justificada, corre el riesgo de ilustrar. Israel no podía permitir por más tiempo que se bombardeara a su población civil, pero al responder militarmente asume el riesgo de alimentar las pasiones antijudías en todo el mundo. Y eso es porque los medios de comunicación privilegian la emoción en detrimento del análisis frío. Muestran gustosamente imágenes de niños palestinos muertos, que provocan indignación o compasión, e incitan a la venganza ciega, olvidando la verdadera naturaleza de Hamás: una organización de fanáticos y criminales.

¿Cómo ve usted el futuro de Israel y de la cuestión judía? ¿Hay alguna posibilidad de paz para Oriente Próximo?

El camino de la paz en Oriente Próximo es actualmente el más estrecho. No sólo es improbable sino difícilmente concebible a tenor de las previsiones planteadas por la situación presente. La islamización de la causa palestina no puede sino extenderse y radicalizarse.

El rechazo árabe al reconocimiento del derecho a la existencia de Israel sigue presente, con algunas excepciones (que se corre el peligro de que sean provisionales) como el Egipto de Mubarak. Pero en la Historia también se dan los milagros y pueden producirse acontecimientos considerados poco probables.

¿Puede cambiar la actitud hacia Israel? Y de ser así, ¿de qué forma?

Únicamente una toma de conciencia de la amenaza islamista, como amenaza mundial, puede conducir a una desdemonización de Israel. Los israelíes son la avanzada del combate contra el verdadero fascismo de nuestro tiempo: el islamismo radical o jihadista.

Los nuevos enemigos de los judíos son también los enemigos de la libertad y del régimen que la encarna, la democracia liberal y pluralista, esa valiosa invención de Occidente.

Esos a los que Norman Podhoretz llama “islamofascistas” no quieren saber nada de democracia. Esos responsables de la Cuarta Guerra Mundial [2] son los que han lanzado la jihad mundial contra los partidarios de la libertad y al mismo tiempo contra los judeocruzados. Defender la libertad es hoy combatir por todos los medios el campo islamorrevolucionario en Oriente Próximo y en Europa, en Asia y en África. Contra los talibanes y Al Qaeda en Afganistán, contra la dictadura islamista iraní y el Hezbollá libanés o contra Hamás y la jihad islámica en la franja de Gaza, el combate es el mismo.

[1] El negacionismo es una corriente que consiste en negar la existencia del Holocausto. (N. de la T.)

[2] La Cuarta Guerra Mundial, un documental dirigido por Rick Rowley. En Wikipedia se da una buena definición de este término. (N. de la T.)