domingo, 26 de diciembre de 2010

Castigo y perdón, recargado, o: Sensatez y sentimientos

Una de las consignas del campo de los derechos humanos en la Argentina es: “Juicio y castigo”. Se trata de una sentencia esencialmente miserable. Primero, porque asocia ilegítimamente dos términos que no tienen nada que ver. El sistema judicial establece culpabilidades y responsabilidades, no administra venganzas. Y la cárcel, dice nuestra constitución, no es para castigo de los reos, sino para seguridad, en dos sentidos: de la sociedad si el sujeto condenado es peligroso, y de él mismo, si en libertad está expuesto a linchamientos, crímenes de odio, etcétera. Solo en este último sentido es admisible que Videla esté preso (y tantos otros). Es evidente que él no representa un peligro para nadie. Se lo manda a la cárcel por otra clase de sentimientos. “Juicio y castigo” termina siendo una frase fatalmente verdadera. Sorprende la franqueza anticonstitucional de los organismos y los militantes de derechos humanos.

Por otro lado, aun cuando no existieran estos sentimientos de venganza y de castigo y efectivamente se mandara a Videla a prisión para su propia protección, flaco favor se le estaría haciendo: podemos imaginar el trato que se le dispensaría al dictador terrorista en una cárcel común. La mejor opción parece ser la del arresto domiciliario. Pero no: suele pedirse que alguien “se pudra en la cárcel” y cosas por el estilo, y la indignación ante la variable hogareña de la cárcel es moneda corriente. La diferencia entre exigir la reclusión perpetua y la pena de muerte es de grado, no de naturaleza. Quienes piensan que el Estado no tiene derecho a matar a nadie, forzosamente deben creer que tampoco tiene derecho a enajenar a nadie de su libertad.

Visto desde esta perspectiva, no hay razones para encerrar a Videla. Ni siquiera para ponerlo bajo arresto domiciliario, si de veras se cree en el precepto constitucional acerca de la finalidad del encarcelamiento. La idea misma de arresto domiciliario nace de ese precepto: un viejo o un enfermo no pueden ser, en general, peligrosos para nadie, y por eso no es necesario que estén en un cárcel común. Pero es una aplicación tibia del principio, y pervive en él la ley del talión. ¿Acaso será anticonstitucional que Videla esté preso? Se preguntará, entonces, qué se hace con él y con tantos otros terroristas, torturadores, etcétera. Solamente lo necesario para asegurar que no los maten a golpes por la calle.

Otro es el problema a la hora de lidiar con los criminales peligrosos. ¿Se justifica quitarle la libertad a alguien en beneficio del cuerpo social? Creo que no, pero ¿qué alternativas podemos pensar a la cárcel? La primera opción podría ser siempre la libertad condicional: el criminal debe ser seguido de cerca por un asistente social o algún funcionario de ese tipo. La reincidencia es obviamente más problemática. Idealmente: arresto domiciliario para quien persista en conductas criminales. Pero eso parece impracticable y, además, si, como es probable, el criminal vive en condiciones deplorables, un arresto domiciliario supone la legalización de tales condiciones. De manera que habría que asegurarle una vivienda digna al criminal antes de alojarlo definitivamente en ella y bajo estricta vigilancia. Pero no es difícil advertir lo injusto de que se les dé a delincuentes las soluciones habitacionales que no se les dan a otros miles de personas (inocentes, además, agregará alguno, en un gesto emparentado con esa oposición a la pena de muerte solo en términos de que es tan irreversible como falible es la jusiticia a la hora de declarar culpabilidades).

Queda para los creyentes la esperanza de que Videla sea efectivamente castigado en otros mundos (o perdonado: podemos asegurar que “Ni olvido ni perdón” también asocia dos ideas que no comparten nada en absoluto), y para los ateos la de que alguien burle el control oficial y logre poner una bomba en su departamento o al menos le rompa las piernas con un bate de béisbol.

Castigo y perdón

Se alegra la gente por la condena a Videla. Crueldad legitimada. No hace falta ser el papa, un gran rabino o un ayatollah para advertir que el sufrimiento con la desgracia ajena involucra una cierta cantidad de sadismo. El sistema jurídico-penal no está para administrar venganzas: está para pronunciarse acerca de responsabilidades. Ahora se comprueba la que tuvo Videla en el asesinato, la tortura y el secuestro de miles de personas: ¿es dicha condena un motivo de alegría? La ocasión encierra una paradoja: si se festeja la sentencia, se cree en el sistema judicial y se acepta que ella determina una culpabilidad, es decir, una comprobación: ¿se alegra entonces alguien de que se haya constatado el crimen más ignominioso de la historia del país? ¿Cómo un hecho motivado por la maldad más pura puede motivar algún festejo? Es como si el sistema judicial tuviera un solo objetivo: por la vía de la clarificación de un crimen, tornarlo de una tragedia a un triunfo. Si no hubiera habido golpe de Estado, no habría habido administración de justicia respecto de los responsables de los crimenes que se hubieran cometido en ese período y no habría habido hoy ninguna fiesta. Las celebraciones acerca del juicio son una especie de irresponsabilidad metafísica.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Y a veces lloro sin querer

¿Qué me hablan de la resurrección de la política y el regreso de los jóvenes a la cosa pública? Yo conocí una jovencita k de 18 años que mientras tomaba cocaína me explicaba que ella se había dado cuenta de que, en Argentina, para ser marxista, hay que ser peronista. Cuando la agregué al facebook vi que tenía un album de fotos agitando una bandera en un acto, con el Congreso de fondo. El album se llamaba "La gloriosa JP". Era del día de la sanción de la ley del matrimonio igualitario. Ok, me doy por vencido. La política volvió. Pero no me lo cuenten como si fuera algo bueno.
El otro día estaba en el auto escuchando el programa de la radio Metro de Sebastián Wainraich, que hasta hace poco era conductor de uno de los shows de propaganda de Gvirtz (TVR, ese en el que piensan que JP Feinmann es un tipo serio y hasta... ¡divertido!), y la invitada era la panelista de "Duro de Domar" (el duro que sí se dejó domar es Tognetti, en este caso) que hace de joven kirchenrista: Julia Mengolini. Está bien que le hayan dado ese papel en el casting; el physique du rôle le da perfecto: no es exageradamente linda ni exageradamente cheta, y pone un tonito cuando habla que parece que está diciendo verdades. Queda, queda, habrán dicho los productores. En la entrevista ella le decía a Wainraich: "Mi lado frívolo es que me gusta la pilcha, pero los peronistas no nos hacemos problema por eso, nos gusta vivir bien: al peronista le gusta tener su asadito los domingos, darse sus gustos...". Y remataba: "No somos culposos como los zurdos". Ok, se la agarró con los del PO. Con razón después los militantes de la facultad de Sociales se te tiran encima a matar cuando sugerís que tal vez Cristina no sea igual a Macri (igual incluso físicamente, digo, algo de lo que ellos están convencidos sinceramente). Pero lo mejor es que Julia hizo una conjunción ("¡una síntesis, una síntesis!", grita JP Feinmann y agita su manual de Hegel) entre el obrero feliz de fines de los cuarenta del peronismo y el fuego de las juventudes maravillosas de los setenta, porque ante un Wainraich que comentó que tenía en su infancia un póster de Alfonsín, ella lo apuró: "Pero si tenés un póster de Alfonsín hoy... ¡¡tenés un freezer en el pecho!!". Ok, guarda, Julia: no estás tan buena como para decir tantas boludeces juntas.
Debe haber pocas personas que tengan menos simpatía por Alfonsín que yo, salvo algún ex carapintada y alguien que perdió todo con la híper, pero ubicate, nena. También hubo un tiempo en que fue hermoso Alfonsín, como cantaba Charly en la primavera democrática, y la Franja Morada era progre, chicos con onda que le cantaban al regreso de la política y hablaban pestes de la corrupción. Alfonsín enjuició a los militares cuando todavía en vez de mearse encima ellos, se meaban encima los que los veían por la tele y en el juicio. (¿Te acordás? Lo debés haber visto en un documental de canal Encuentro). Y ahora ustedes repiten eso que dice Barone de que hablar de la corrupción es hacerle el juego a la derecha. Por lo menos el boludo de Lanata siempre hizo la medición semanal de los metros cuadrados que poseían los funcionarios en sus programas de televisión. Guarda, muchachada K, que ya lo dijo El General: del rídiculo no se vuelve.
Pero yo también vi la primavera de la democracia, la de los mozos ochentas, aunque haya nacido después de que Diego nos devolviera la dignidad nacional con los goles a los ingleses. Para verla me tomé la máquina del tiempo K, otro invento de este ánimo cultural juvenil: en Niceto, el boliche, reviven las fiestas de "Nave Jungla". Esas en las que alguna vez tocó Sumo, donde se hacían performances de inspiración "batatobereísta", y todo eso. ¿Nunca fueron a esas fiestas? Bueno: si lo que andan buscando ver es una mezcla entre pibes de veinte y tipos de cuarenta, bienvenidos al boliche por enanos con bandejas y mujeres obesas, para después observar en el escenario mujeres semidesnudas a las que les hacen bodypainting en vivo, con una performance de un linyera desnudo bailando, no dejen de ir.
Yo ahí pensé (después de que deseara la llegada de una inspección de sanidad moral): ¿eso fue antes de hoy la resurrección de la política? ¿El clima cultural de fiesta que recordamos ahora con nostalgia? Perdón, pero me quedo toda la vida con la poesía de los noventas.
Así que estaría bueno que los kirchneristas dejen de hablar tanto de la política y la cultura, y la cultura de la política, como si ellos, más que resucitarlas, las hubiesen inventado. Ojo que tal vez las movidas culturales más piolas se estén gestando en los talleres que organizan el PO y Correpi, o en los clubes de rugby, y no en La Trastienda, el ND Ateneo o las facultades humanísticas.
Y hablando de las facultades, habrán visto (o no, seguro que no: si hay algo que no le importa a nadie es la política universitaria) que los jóvenes K, "La Cámpora", "La Simón Bolívar" (falta "La Vandor" o "La Lorenzo Miguel", para terminar de tomar posición frente al asesinato de Ferreyra) avanzaron en casi todas las dependientes de la UBA. Ahí a los troskos los acusan de "gorilas". ¿Qué me cuentan? ¿Será cierto eso que me decía la joven merKera, mi querida adolescente dura de domar?